La izquierda: la violencia en su ADN y la muerte en su historia.
OPINIÓN

La izquierda: la violencia en su ADN y la muerte en su historia.

Por: Eduard Victoria Gelabert

Desde sus orígenes en la Revolución Francesa, la izquierda ha estado marcada por un elemento inconfundible: la violencia. La misma Asamblea que proclamaba libertad, igualdad y fraternidad terminó sumida en el Régimen del Terror, donde miles fueron guillotinados por pensar distinto, inaugurando así una tradición de intolerancia y sangre.

Ese mismo patrón se repetiría con aún mayor brutalidad en el siglo XX. En Rusia, los bolcheviques no solo derrocaron al zarismo, sino que ejecutaron de manera fría y despiadada a toda la familia Romanov, incluidos niños inocentes, para asegurarse de que no quedara ningún vestigio del antiguo orden.

Años después, Stalin convertiría a la Unión Soviética en un gigantesco campo de exterminio, con purgas, gulags y hambrunas provocadas que costaron decenas de millones de vidas.

En China, Mao Zedong, con su Revolución Cultural, superó en crueldad a cualquier dictador conocido, convirtiéndose en el mayor genocida de la historia. Lo mismo ocurrió en Camboya, donde Pol Pot exterminó a un cuarto de su población en nombre de una utopía comunista. En Europa Oriental, los regímenes comunistas levantaron muros y alambradas para evitar que sus pueblos huyeran del paraíso socialista. Y en Corea del Norte, hasta hoy, sobrevive una dinastía tiránica que condena a generaciones enteras al hambre y a la opresión.

Pero la violencia de la izquierda no se limita a cuando detenta el poder. También en la oposición recurre a la intimidación, al terrorismo y al odio como arma política.

El discurso de la izquierda radical norteamericana ha envenenado el debate público, al punto de inspirar dos atentados contra Donald Trump, todos ellos expresión del fanatismo que siembran.

Ese fanatismo de izquierda se reflejó en Colombia. Con el asesinato del joven exsenador Miguel Uribe Turbay, víctima de un sicario, y más recientemente en Utah, Estados Unidos, con la reciente ejecución de Charlie Kirk, un joven influencer conservador, de apenas 31 años, que cayó por un balazo mientras hablaba de ideas y principios frente a estudiantes universitarios. Son ejemplos dolorosos de cómo la izquierda no debate: mata.

La academia, que debería ser un templo del pensamiento libre, se ha convertido en muchos casos en la cantera de este extremismo. Allí, profesores militantes inculcan resentimiento en lugar de conocimiento, transformando a jóvenes en soldados ideológicos. Y lo que empieza con consignas y adoctrinamiento, muchas veces termina en odio y violencia física.

La historia es clara: el ADN de la izquierda está impregnado de intolerancia, resentimiento y sangre. No son hechos aislados, no son accidentes: son la consecuencia natural de una ideología que se alimenta de la división, de sembrar rencor y de justificar la violencia como camino hacia un supuesto paraíso que nunca llega.

Desde la guillotina en París hasta las balas en los campus universitarios de Estados Unidos, la izquierda ha demostrado que, cuando la realidad desnuda el fracaso de sus ideas y la sociedad les da la espalda, siempre recurre a su arma más antigua: la violencia. Porque saben que no convencen con argumentos, intentan imponer con sangre lo que no pueden lograr con la razón.

"La violencia es el último recurso de los incompetentes" Isaac Asimov

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