Por Eduard Victoria
Durante años, los países de América Latina han mostrado cifras positivas de crecimiento económico. Eso permitió que millones de personas salieran de la pobreza y que se fortaleciera la clase media. Hasta ahí, todo bien. Pero de repente, como si se hubiese estrellado contra un techo de cristal, el progreso se detuvo. Los ingresos dejaron de subir. Las oportunidades empezaron a escasear. Y mucha gente sintió que, por más que se esfuerce, no logra mejorar su situación. A esto se le llama la trampa de los ingresos medios. Es el punto donde un país ya no es pobre, pero tampoco logra desarrollarse del todo. La economía se estanca, no se innova lo suficiente, y la productividad no crece como debería.
Hay una razón común detrás de este estancamiento: el asistencialismo y el intervencionismo estatal.
Los latinoamericanos nos hemos acostumbrado a gobiernos que, en nombre de la equidad y la igualdad, adoptan políticas económicas asistencialistas, socialistas y populistas. Aunque suena bien eso de asistir a los mas necesitados, nadie puede oponerse a ello, pero muchas veces esas políticas terminan haciendo daño. Le quitan incentivos al esfuerzo personal, acostumbran a la gente a depender del Estado, y espantan al que quiere invertir o emprender, porque se siente castigado con impuestos abusivos o trabas burocráticas. Esto crea un círculo vicioso: el que menos tiene no encuentra motivación para superarse, y el que puede busca otros lugares donde su trabajo y sus inversiones sean más valoradas. Así, el país se frena. El crecimiento se vuelve débil, y la pobreza vuelve por sus fueros.
La República Dominicana ha logrado avanzar bastante. Nuestro crecimiento sostenido durante décadas nos ha colocado como un país de renta media. Pero eso no significa que ya llegamos. Al contrario: estamos justo en ese punto crítico donde debemos decidir si seguimos el camino de los que se estancaron, o el de los que sí lograron desarrollarse.
Miremos a los países asiáticos: Corea del Sur, Taiwán, Singapur. No crecieron a base de subsidios sociales, ni de la asistencia gubernamental, ni del paternalismo estatal. Lo hicieron con trabajo duro, con educación de calidad, con gobiernos serios y con reglas claras para todos. Apostaron a crear riqueza, no a repartir pobreza.
Si de verdad queremos dar el salto, no copiemos el modelo asistencialista que ha predominado en nuestra región, porque solo crea dependencia y miseria. Necesitamos productividad, innovación, disciplina fiscal, y una educación que forme ciudadanos libres e independientes económicamente.
Porque al final del día, no se trata solo de crecer. Se trata de avanzar. De desarrollarse. Y eso, en América Latina, sigue siendo una deuda pendiente.