Nagua frente al espejo de su Auditoría
OPINIÓN

Nagua frente al espejo de su Auditoría

Por: Eduard Victoria Gelabert

Los resultados de la auditoría realizada por la Cámara de Cuentas al Ayuntamiento de Nagua, correspondiente al período 2016–2021, deben servir más que para escandalizarnos, para despertar una reflexión profunda sobre el papel de la ciudadanía en la vigilancia del poder local. Las irregularidades millonarias detectadas no solo revelan fallas administrativas, sino también un síntoma de algo más preocupante: la pasividad social ante el manejo de los bienes comunes.

Una sociedad que se acostumbra al silencio, cuando deja de exigir cuentas a sus autoridades, se convierte en cómplice de su propia decadencia. Ninguna autoridad mejora sin el ojo vigilante del pueblo. Ninguna gestión pública se fortalece si no siente la presión moral de una comunidad que observa, pregunta y exige transparencia.

Nagua necesita una sociedad civil activa, pero no únicamente para criticar. También para orientar, acompañar y corregir. Las personas a quienes nadie les dice que actúan mal, terminan creyendo que su proceder es correcto. Por eso, el deber cívico no consiste en aplaudir ni en callar, sino en participar con sentido de responsabilidad.

Los resultados de esta auditoría deben mover la conciencia de los nagüeros. No pueden quedar archivados como un informe más, sino ser el punto de partida para una nueva cultura ciudadana: una en la que los habitantes de Nagua demuestren que están atentos al destino de cada centavo administrado, que los fondos públicos no son botines partidarios ni patrimonio de un alcalde, sino recursos sagrados del pueblo.

Cuando la ciudadanía exige, las autoridades se ven obligadas a hacerlo mejor. Cuando el pueblo calla, la corrupción avanza bajo el amparo de la indiferencia. La vigilancia ciudadana no es desconfianza, es compromiso.

Cuando los nagüeros asuman ese rol de guardianes del bien común, podrán tener las autoridades que merecen: honestas, eficientes y conscientes de que el poder no es un privilegio, sino un deber ante la comunidad que las eligió.

“El silencio de los buenos no es neutral, es una forma de aprobación o, al menos, de pasividad que facilita el éxito de la maldad”

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