Por Eduard Victoria
Los sesgos políticos e ideológicos actúan como filtros mentales que moldean nuestra interpretación de la realidad según nuestras creencias y valores, a menudo de manera inconsciente. Son prejuicios comparables a unas gafas de sol que oscurecen nuestra visión del mundo, y que pueden llevarnos a resaltar ciertas cosas mientras que otras pasan desapercibidas.
Damos mayor atención y credibilidad a la información que confirma nuestras creencias previas, ignorando o minimizando aquella que las contradice.
Muchas veces se evalúa a las personas de manera más positiva o negativa según compartan o no nuestras ideas, lo que puede llevar a estereotipos y discriminación.
En manos de líderes poderosos, estas distorsiones pueden tener consecuencias devastadoras, como lo demuestra la historia con la ascensión de Adolf Hitler y el horror que desató.
Por afinidad ideológica muchos callan ante los abusos que está cometiendo el chavismo en Venezuela. No se alza la voz contra las persecuciones a los sacerdotes católicos en Nicaragua. Pero tampoco se repudia la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, que, en nombre de la diversidad y la inclusión, se montaron escenas escandalosas donde un grupo de trasvestis semidesnudos realizando movimientos lascivos junto a una niña, dramatizaban, de manera burlona e impúdica, el cuadro de La última cena de Leonardo da Vinci. Paradójicamente el Ayatollah de Irán, un musulmán, exigió respeto a la figura de Jesucristo, mientras que la máxima jerarquía del catolicismo optó por el silencio.
Es inconcebible que grupos feministas y defensores de los derechos de la mujer no hayan condenado enérgicamente el aberrante enfrentamiento a los puños entre un sujeto masculino y una dama en un cuadrilátero olímpico. La justificación ideológica para este acto, ignorando estudios científicos que demostraron que esa chica iba a pelear contra un varón, (su análisis cromosómico determinó que es un XY), es un claro ejemplo de cómo los sesgos pueden desvirtuar la razón. El abandono entre lágrimas de una atleta después de recibir el golpe fulminante de un hombre no solo truncó sus sueños, sino que mostró el precio de permitir que la ideología eclipse la naturaleza y la ciencia.
Aunque las convicciones ideológicas pueden impulsar cambios sociales necesarios, debemos tener cuidado de no dejarnos arrastrar hacia la polarización y la ceguera.
Los sesgos, cuando son "incuestionables", son trampas que nos alejan de la verdad y del entendimiento. Y es en esa oscuridad donde se siembra el peligro, donde se justifican injusticias y se perpetúan divisiones. Por eso, el enemigo declarado de la razón, del buen juicio y la comprensión, son los sesgos políticos e ideológicos que no osamos cuestionar.